Póngase en situación: trabaja usted en una empresa de ciberseguridad puntera y descubre que los datos que maneja han sido extraídos sin el consentimiento de las personas a que hacen referencia. ¿Alertaría de ello? Y si los directivos de la compañía no toman medidas, ¿lo haría público a costa de perder su empleo?
Y si lo que descubre es que el programa informático que vende su empresa a diferentes países se está usando para espiar a los ciudadanos, ¿alertaría ¿Y si ello supusiera tener que exiliarse como Edward Snowden o con ello pudiese desencadenar una guerra?
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Estos y otros dilemas plantearon hace unos días un grupo de ocho estudiantes del grado de Ciencias e Ingeniería de Datos de la UPC y de Filosofía de la UB a sus compañeros de clase durante la asignatura de ética para debatir dónde están las líneas rojas en el ejercicio profesional o el impacto de convertirse en alertadores de violaciones éticas.
Y el ejercicio dejó muy claro el difícil equilibrio de lealtades que entra en juego en esas circunstancias y la presión, el estrés que ocasionan los conflictos éticos de los empleados al realizar trabajos que chocan con sus propios valores.
Un momento del debate sobre los condicionantes a la hora de alertar de una violación ética que mantuvieron hace unos días alumnos de Ciencia de Datos de la UPC
Como dejaron claras las respuestas de los estudiantes y el par de profesores -Eva Vidal y Jordi Cortadella- que participaron de la clase, no es lo mismo alertar de una mala praxis si uno no tiene problemas de dinero (83% lo haría) que si ese trabajo es la única fuente de ingresos de la familia (sólo uno alertaría) o si la revelación conlleva tener que exiliarse uno mismo y su familia (el 94% no actuaría).
Más allá de los principios éticos, el contexto individual y familiar y las consecuencias de la acción resultan clave a la hora de fijar dónde están las líneas rojas de cada cual.
Entre la ética y la supervivencia
“Cuando la empresa nos fuerza a hacer algo que no consideramos ético se produce estrés moral porque uno no se debe solo a su ética, a sus valores, sino también a su supervivencia personal y profesional”, explica el psicólogo Rafael San Román.
Y enfatiza que, “aunque existe un sesgo psicológico por el que prácticamente todos pensamos que somos muy buenos y que siempre elegiríamos el camino moralmente más correcto, a la hora de la verdad a menudo elegimos el menos malo, y si el perjuicio es muy grave no se opta por el bien común sino por la propia supervivencia”.
Pensamos que siempre elegiríamos el camino correcto, pero a la hora de la verdad elegimos el menos malo
Porque, ¿a quién debe uno lealtad en el trabajo? ¿A la empresa? ¿A la familia? ¿A la sociedad? ¿A uno mismo? “Cuesta mucho ser feliz con mala conciencia, pero también te puedes autoengañar, justificar tu decisión y silenciar tu conciencia”, opinó Mireia en clase.
Y desde el ámbito de la psicología, San Román explica que estos son los mecanismos de defensa que las personas usamos para manejar el estrés y la angustia que se activa ante estos dilemas éticos, en especial cuando la opción elegida no es la que creemos mejor pero sí la que más nos conviene.
“Pensar que no es tan grave, que todo el mundo lo hace, que está justificado por las consecuencias que la otra opción supondría, mirar para otro lado, que ya enmendaremos en el futuro la decisión... todo eso son mecanismos que utilizamos para defendernos del malestar moral”, apunta el psicólogo de ifeel.
La asignatura de ética que cursan los alumnos de Ciencias e Ingeniería de Datos de la UPC es una prueba piloto para extenderla a otros grados técnicos
Y remarca que este estrés moral no es algo nuevo ni restringido a los tecnólogos. “La deontología profesional nos afecta a todos, aunque hay profesiones, como las sanitarias, los maestros, los tecnólogos, los abogados o los periodistas donde está más presente o se plantean situaciones más graves”.
Massimo Begelle, director regional para España e Italia de Top Employers Institute - compañía que certifica las empresas líderes en gestión de personal– apunta que hoy los empleados, en especial los de perfil tecnológico, “no solo quieren un trato decente sino también que esté alineado con sus valores individuales”.
La cultura empresarial debe cambiar para fomentar que los empleados se sientan libres para denunciar, sin miedo a represalias
Por ello, dice, el 73% de las compañías Top Employers en España tienen en cuenta las aportaciones de sus empleados a la hora de establecer sus estándares éticos (hace dos años eran solo el 55%), y prácticamente todas (97%) cuentan con canales para denunciar de forma anónima las posibles violaciones éticas, situaciones de discriminación o de acoso.
“No obstante, tener implantados estos canales por los que las denuncias llegan a comités de ética internos no es suficiente; las compañías deben cambiar su cultura corporativa para fomentar que los empleados se sientan libres para denunciar, cosa que no siempre sucede por el miedo a sufrir represalias”, comenta Begelle.
Pendientes de la legislación
Según una directiva europea de 2019, todas las empresas de más de 50 trabajadores deberían contar con mecanismos internos de comunicación donde poder denunciar de forma anónima malas praxis o violaciones éticas. Por ahora, solo Portugal, Suecia y Dinamarca la han desarrollado en su legislación nacional. En el caso de España, el gobierno presentó en marzo pasado un anteproyecto de ley para regularlo.
“Está bien fomentar la figura de los alertadores, tener canales dentro de la empresa para que actúen y que las leyes les protejan, pero la denuncia ética tampoco puede ser una obligación”, reflexionaron algunos alumnos.
Deben conocer el impacto ambiental, social y económico de sus desarrollos para saber dónde ponen las líneas rojas
Eva Vidal, ingeniera en Telecomunicaciones y profesora de la UPC que imparte junto con Begoña Román, profesora de filosofía de la UB, esta asignatura cuatrimestral de ética en el grado de Ciencias e Ingeniería de Datos, enfatiza la importancia de que estos futuros ingenieros “que dentro de nada van a estar modelando el mundo desde las empresas” tengan conocimiento del impacto ambiental, social y económico de sus decisiones “para poder ponderarlas y saber dónde ponen las líneas rojas”.
Y explica que esta experiencia -que finalizará con la elaboración de un blog y un decálogo sobre todo lo que debería saber de ética un ingeniero de datos- forma parte de un plan piloto de la UPC para incorporar este conocimiento a todos los grados.
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