Siglo XXI

Ser o no ser (digital)

La digitalización puede adquirir múltiples formas, como ocurre con las diferentes políticas de privacidad. Estas formas no están determinadas de antemano, ¿pero estamos preparados para controlarlas a favor del beneficio público?

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10
diciembre
2021

La famosa disyuntiva hamletiana –«To be or not to be»– cobra una rabiosa actualidad con el empeño de las grandes empresas tecnológicas, los gobiernos y la UE por digitalizar nuestras sociedades; con ese afán confesado por transformar a cada uno de nosotros en un ser digital.

En muchos casos el enfoque en torno a este empeño es hágalo usted mismo. De esta manera, se obliga al ciudadano a saltar a lo digital sin paracaídas o recurrir a un intermediario. Esta aventura, sin embargo, requiere de un esfuerzo económico y social importante. De hecho, en Europa, una parte importante de estos recursos se focalizan en la simple alfabetización digital de la población; es decir, en dejar de tener millones de usuarios que no entiendan la tecnología, convirtiéndolos en actores del cambio.

En Europa, una parte importante de los recursos se focalizan en la simple alfabetización digital de la población

En 1995, Nicholas Negroponte, en su famosa obra Being Digital, anunciaba el advenimiento de la era digital en la que estamos sumergidos: un cambio social y económico más rápido, más volátil y menos controlable; y es que, al menos a nivel individual, hemos perdido la oportunidad de controlarlo. Negroponte también nos advertía del lado oscuro de las tecnología digitales. Y, en efecto, el cambio ha sido tan rápido que la sociedad no ha sido capaz de establecer la supervisión adecuada. Por ejemplo, en España, en muchos trámites administrativos es necesario tener una identidad digital, un ordenador, un acceso a Internet y una comprensión adecuada de los procedimientos de seguridad. Con una población envejecida y sin habilidades digitales, presentar la declaración de la renta anual es una carrera de obstáculos.

Pero ¿por qué es necesario tener una identidad digital? Es cierto que estas tecnologías pueden ser más rápidas, eficientes y económicas pero, a cambio, se pierde la libertad de elección: hay que ser digitales para estar en el mundo. Incluso, si uno quiere dejar de serlo, borrar nuestra huella digital es un camino tortuoso y no siempre llega a ser del todo eficaz. Además, no sirve borrar esa huella si alguna fuerza, como los talibanes, quiere usarla para identificar «enemigos» y eliminarlos; no hay protección alguna: los recientes hechos en Afganistán así lo demuestran. Hemos conocido a la capitana del equipo de baloncesto paralímpico y activista feminista, que está a salvo en España, pero no sabemos nada de los homosexuales obligados a esconderse o de esas mujeres que plantan cara –con el rostro descubierto– a los talibanes.

En el metaverso nuestros yo digitales convivirán con los yo físicos en mundos virtuales donde la noción de identidad será algo líquido

Surge un dilema entre garantizar la privacidad y demás derechos de los ciudadanos, y maximizar la eficiencia de la prestación de los servicios digitales. Como regla general, debe tenerse en cuenta que los ciudadanos tienden a ser más propensos a aceptar la necesidad de compartir datos si existe un beneficio claro. Sin embargo, hay una amplia evidencia de que a los usuarios les resulta difícil convertir sus preferencias de privacidad en decisiones bien razonadas, sacrificando la privacidad a largo plazo para obtener inmediatos beneficios individuales.

Más allá del dilema de la privacidad, ahora nos enfrentamos a retos aún mayores: el metaverso. Nuestros yo digitales convivirán con los físicos en mundos virtuales donde la propia noción de identidad será algo líquido. En el metaverso todos los mundos serán posibles y, por lo tanto, tarde o temprano todos ellos serán reales. A la noción de privacidad deberemos añadirle la de veracidad: lo real, lo deseado y lo imaginado coincidirán en universos donde convivirán con transacciones muy reales y experiencias cada vez más inmersivas (y, por lo tanto, más reales, al menos para aquellos que las vivan).

Como Fausto, vendemos –o, mejor, regalamos– nuestra identidad a ese ente abstracto mefistofélico que es la red a cambio de un placer que nos condena a vivir atados a la esclavitud adictiva. Pero ¿cómo podremos redimirnos? ¿Sabremos reconocer que el enemigo no es la digitalización? ¿Encontraremos el remedio?


Esteve Almirall es profesor de Operaciones, Innovación y Data Sciences de Esade y Ulises Cortés es catedrático de Inteligencia Artificial en la UPC.

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